La hepatitis B (su sigla en inglés es HBV) es una enfermedad del hígado provocada por el virus de la hepatitis B. Esta enfermedad puede afectar a cada persona de forma diferente. Puede ser leve, sin síntomas o puede causar hepatitis crónica. La hepatitis B puede enfermar el hígado y causar insuficiencia hepática de manera crónica en los bebés y los niños pequeños. El virus de la hepatitis B se propaga de persona a persona a través de la sangre y los fluidos corporales, como por ejemplo, el semen, las secreciones vaginales o la saliva (aunque no suele transmitirse con un beso). Un bebé también puede desarrollar esta enfermedad si nace de una madre que tiene el virus. Los niños infectados suelen transmitir el virus a otros niños si existe un contacto frecuente (por ejemplo, el contacto hogareño) o si un niño tiene muchos rasguños o cortes en la piel. A continuación se describe el tipo de personas que corren riesgo de desarrollar la hepatitis B:
niños nacidos de madres con hepatitis B
niños nacidos de madres que han inmigrado de un país donde la hepatitis B está ampliamente extendida, como por ejemplo, en el sudeste de Asia y en China
niños que viven en instituciones de cuidados de largo plazo o que tienen discapacidades
niños que viven en un hogar donde otro miembro está infectado con el virus
niños que padecen trastornos de la coagulación de la sangre como por ejemplo, la hemofilia, y que requieren hemoderivados
niños que requieren diálisis debido a una insuficiencia renal
adolescentes o adultos que participan en actividades de alto riesgo como por ejemplo, usar drogas endovenosas, tener múltiples parejas sexuales o tener relaciones sexuales sin protección
Muchas personas que se infectan con el virus de la hepatitis B desconocen la manera en que lo contrajeron. Alrededor de un tercio de los casos de hepatitis B en Estados Unidos tiene un origen indeterminado.
Cuanto más joven sea la persona, mayores son las probabilidades de que la infección se prolongue y de padecer trastornos hepáticos de por vida como por ejemplo, la formación de cicatrices en el hígado y el cáncer hepático.
Existe una vacuna para la hepatitis B y se la utiliza de forma rutinaria en la inmunización infantil. Hoy en día, los niños reciben la primera vacuna entre el nacimiento y los 2 meses de vida, la segunda entre el primero y los 4 meses y la tercera entre los 6 y los 18 meses de vida. Generalmente, la inmunización es obligatoria para todos los niños nacidos a partir del 1 de enero de 1992, antes de que ingresen a la escuela. La vacuna previene el contagio de esta enfermedad y se encuentra también disponible para niños mayores que quizás no la hayan recibido antes de 1992. Se recomienda su administración antes de los 11 o 12 años de edad. Se necesitan tres dosis para lograr una inmunidad completa y prolongada. La vacuna de la hepatitis B puede aplicarse simultáneamente con otras vacunas.
Los bebés que nacen de madres infectadas deben recibir inmunoglobulina contra la hepatitis B y la vacuna durante las primeras 12 horas de vida.
Los bebés que nacen de madres sanas pueden recibir la primera dosis hasta los 2 meses de vida.
La segunda dosis debe administrarse al menos un mes después de la primera.
La tercera dosis debe aplicarse al menos dos meses después de la segunda y cuatro meses después de la primera. No obstante, no debe administrarse a los bebés menores de 6 meses de vida.
La dosis de rescate de la vacuna puede aplicarse entre los 7 y los 18 años de edad.
Una vacuna, al igual que cualquier medicamento, puede llegar a provocar problemas serios como por ejemplo, una reacción alérgica grave. Sin embargo, el riesgo de que la vacuna contra la hepatitis B ocasione un daño grave, o la muerte, es casi insignificante. Se debe tener en cuenta, no obstante, que las personas que padecen una alergia grave a la levadura no deben aplicarse la vacuna.
Vacunarse contra la hepatitis B es mucho más seguro que contraer la enfermedad. Además, la mayoría de las personas que se vacunan no desarrollan ningún tipo de problema a causa de ella. Entre los posibles riesgos, se pueden incluir los siguientes:
dolor en la zona donde se aplica la inyección, que se prolonga por uno o dos días
fiebre
reacción alérgica grave (muy rara vez)
Dele un analgésico que no contenga aspirina, según se lo indique el proveedor de atención médica de su hijo.
Preste atención a los signos de una reacción como por ejemplo, fiebre alta, dificultad al respirar, cambios de conducta, frecuencia cardíaca rápida o mareos. Informe inmediatamente de estos signos o de cualquier otro fuera de lo común al proveedor de atención médica de su hijo.
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